Casi nadie lo sabe, pero él es una de mis personas favoritas. La mayoría lo conoce como Roberto Castillo, Johnny Tecate, el profe, el Rober Castillo, etc., para mí es simplemente “el Rober”, así, sin apellidos, títulos o implementaciones académicas. Él tiene la facilidad de enamorarte con su simpatía, sus palabras, su modo de hablar, de abrazarte por más de diez segundos cuando lo necesitas: ese abrazo de cariño.
A las morras les pasó exactamente lo mismo en esta 8va. Sesión. El proyecto está en su tercera etapa: escritores invitados. En esta sesión yo iba a estar de observadora, el taller lo presidían Lore y el Rober –yo de pegoste- pero no quería perderme la oportunidad de escuchar y ver las reacciones de las morras. Al llegar al cuarto piso –ahí es dónde se realizan las sesiones- sentí el hueco en el estómago: eran muchas, más que siempre. Conté 35 que después se convertirían en 37. Muchas me saludaron. Sentí bonito escuchar que me llaman por mi nombre. Me molesta demasiado no poder tocarlas, reírme abiertamente, platicar como si fueran mis amigas. Sé que no las conozco y que ellas no me conocen a mí, pero, ¿es verdad? ¿No me conocen? ¿No nos hemos visto durante las sesiones? ¿No me sé los nombres de varias de ellas? ¿No me pareció extraño buscar la cara de María –la sra. que leía tan bonito- y no encontrarla? Ya salió, me dijeron. Me alegré. Ojalá y logre adaptarse a la vida nuevamente sin tener que meterse nada. Ojalá y se reencuentre. Ojalá que lea, que lea. Que pueda integrarse sin sentirse extranjera. Que olvide, por favor, que olvide.
Todas estaban acostadas sobre su estómago, atentas escuchaban la voz del Rober. Una de las morras asistía a Lorena y estaba repartiendo las hojas para el ejercicio. Le ayudé a repartir los lápices. Por más que lo intenté, no logré quedarme sentada y calladita en un rincón –tengo que trabajar en eso-. Les pedí que guardaran silencio, que escucharan a las compañeras, que escucharan con atención las indicaciones, etc., Traté de entrometerme lo menos posible, pero sufrí, mi voz no se quería quedar en mis adentros.
Escuchar a las morras, aplaudir al final de la lectura de un texto, verlas emocionadas escribiendo, y con una lágrima a punto de estallar sobre sus ojos, ver la transformación en sus caras al momento de crear sus mundos propios, es… escalofríos en el cuerpo, tragar saliva, sentir el cuerpo caliente, tirarse al precipicio y caer en algodones. Es rendirle tributo a la palabra: su palabra.
En esta sesión las morras se la rifaron, escribieron textos estupendos. Me quedé con frases de varias en la memoria
“Amo un cigarro a las 8:00 de la mañana”
“Amo el ruido de los carros, de las llantas cuando rechinan”
“Amo el canto de los pájaros”
“Lloro cuando la soledad me tapa con su sábana”
“Amo llegar tarde al trabajo y sentarme en la computadora, y no escribir nada”
“Lloro el frío cuando nadie me abraza”
Autoras varias.
Afuera llueve mientras escribo y el aire choca contra mi hombro derecho. La lluvia ráfaga me recuerda que es noviembre. El silencio me mira de soslayo y ríe. El agua cae del cielo, y no de mis ojos. Es buena señal.
A las morras les pasó exactamente lo mismo en esta 8va. Sesión. El proyecto está en su tercera etapa: escritores invitados. En esta sesión yo iba a estar de observadora, el taller lo presidían Lore y el Rober –yo de pegoste- pero no quería perderme la oportunidad de escuchar y ver las reacciones de las morras. Al llegar al cuarto piso –ahí es dónde se realizan las sesiones- sentí el hueco en el estómago: eran muchas, más que siempre. Conté 35 que después se convertirían en 37. Muchas me saludaron. Sentí bonito escuchar que me llaman por mi nombre. Me molesta demasiado no poder tocarlas, reírme abiertamente, platicar como si fueran mis amigas. Sé que no las conozco y que ellas no me conocen a mí, pero, ¿es verdad? ¿No me conocen? ¿No nos hemos visto durante las sesiones? ¿No me sé los nombres de varias de ellas? ¿No me pareció extraño buscar la cara de María –la sra. que leía tan bonito- y no encontrarla? Ya salió, me dijeron. Me alegré. Ojalá y logre adaptarse a la vida nuevamente sin tener que meterse nada. Ojalá y se reencuentre. Ojalá que lea, que lea. Que pueda integrarse sin sentirse extranjera. Que olvide, por favor, que olvide.
Todas estaban acostadas sobre su estómago, atentas escuchaban la voz del Rober. Una de las morras asistía a Lorena y estaba repartiendo las hojas para el ejercicio. Le ayudé a repartir los lápices. Por más que lo intenté, no logré quedarme sentada y calladita en un rincón –tengo que trabajar en eso-. Les pedí que guardaran silencio, que escucharan a las compañeras, que escucharan con atención las indicaciones, etc., Traté de entrometerme lo menos posible, pero sufrí, mi voz no se quería quedar en mis adentros.
Escuchar a las morras, aplaudir al final de la lectura de un texto, verlas emocionadas escribiendo, y con una lágrima a punto de estallar sobre sus ojos, ver la transformación en sus caras al momento de crear sus mundos propios, es… escalofríos en el cuerpo, tragar saliva, sentir el cuerpo caliente, tirarse al precipicio y caer en algodones. Es rendirle tributo a la palabra: su palabra.
En esta sesión las morras se la rifaron, escribieron textos estupendos. Me quedé con frases de varias en la memoria
“Amo un cigarro a las 8:00 de la mañana”
“Amo el ruido de los carros, de las llantas cuando rechinan”
“Amo el canto de los pájaros”
“Lloro cuando la soledad me tapa con su sábana”
“Amo llegar tarde al trabajo y sentarme en la computadora, y no escribir nada”
“Lloro el frío cuando nadie me abraza”
Autoras varias.
Afuera llueve mientras escribo y el aire choca contra mi hombro derecho. La lluvia ráfaga me recuerda que es noviembre. El silencio me mira de soslayo y ríe. El agua cae del cielo, y no de mis ojos. Es buena señal.
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